viernes, 28 de noviembre de 2008

Sorpresa de verano.

Simplemente esperó. Esperó hasta que se pusiera el sol y saliese la luna, tal y como él le había dicho. Una luna blanca que le traía grandes recuerdos de aquellas noches bajo los árboles, abrazados los dos mirando el fluir del río a la vez que se susurraban palabras cargadas de cariño. Eran días vivos, días llenos de experiencias a cada minuto, que les enseñaban a aprender un poco uno del otro. Tumbarse entre los campos de amapolas y jugar con las briznas de hierba eran el único pasatiempo que se permitían, aparte de estar el uno al lado del otro, aprovechando los pocos momentos de los que disponían para estar juntos. No era fácil. A él le ataban sus compromisos con el equipo: entrenamientos diarios, partidos, y, por supuesto, "tiempo de equipo". Ella tenía suficiente con cuidar de Dan en todo momento, intentar aprovechar para continuar un poco con su afición a la fotografía y, como no, intentar ponerse aunque fuese un poco morena bajo el intenso sol de verano, cosa que siempre le había sido imposible por muchos veranos que hubiese pasado en la playa con Harold y Amanada.
Por eso, desde hacía un par de años, había decidido pasar de la abarrotada playa de siempre para decantarse por pasar el verano entre la naturaleza, alejada del bullicio de los turistas ansiosos por plantarse en la mejor posición en la playa, el jaleo de los niños en el agua, y es insoportable sol que más de una vez le había hecho ponerse mala. Sí, el paisaje que Stain era mucho más beneficioso para ella: clima suave, paisajes naturales y, sobre todo, nada, nada de gente. Nada de gente, a excepción de él, claro, y poco más. Sin embargo, aunque la situación en Stain era de lo más propicia, el tener que estar pendiente de Dan siempre y sus continuas alergias a todo lo que pudiese oler mínimamente a naturaleza, le limitaban en muchas ocasiones para poder realizar las cosas que más le atraían de la montaña. Por eso no había sido del todo fácil encajar a la primera en el pueblo, a pesar de que ese fuese el propósito de Alice. Habían tenido que pasar tres años hasta que por fin, una mañana de finales de Julio, mientras iba a comprar el pan, conoció a Rob.
Alice venía de dar una vuelta por la montaña, siempre precavida de tomarse todas las medicinas contra la alergia y después de haber dejado a Dan jugando con la Game Boy. Ya tenía casi 14 años. ¡Ya era hora de que cuidase de sí mismo! Además, ¿qué le podía pasar jugando a la Game Boy, a no ser que le diese una sobredosis de videojuegos? Por ello, tras dejar todos los asuntos en orden, Alice salió a "explorar" ataviada solo con su cámara y unas gafas de sol. Ya llevaba una semana en el pueblo y aún no había casi ni salido. Ya era hora de ver la luz un poco. Paseó por todos los lugares que a ella le encantaban: la Cascada Verde, los árboles del pie del monte Flake, e incluso había descubierto una preciosa laguna oculta tras la cascada, a la que se llegaba tras atravesar la cueva por donde caía. Le había dejado asombrada, y, tras tomar unas fotos, se prometió que volvería al día siguiente a seguir investigando, si el tiempo se lo permitía. Por ello, al darse cuenta de que llevaba casi cuatro horas vagando por la naturaleza, decidió volver, aunque solo fuese para darle la noticia a su madre de que Dan había estado en trance toda la mañana conectado a la consola (de lo cual estaba plenamente segura). Así, mientras se dirigía a comprar el pan para la comida, se encontró con él.
Estaba apoyado con el pie en el balón de fútbol, lleno de sudor y con el pelo dorado brillando por el sol. Se encontraba recostado contra la pared, a la vez que bebía una botella de agua con avidez, sediento tras el cansado ejercicio de la mañana a pleno sol. Era alto, aunque no mucho, quizás un metro setenta y ocho más o menos. Era fuerte, seguramente a causa del fútbol. Sus gemelos eran una prueba de ello. Tenía los ojos color caramelo, que al darle el sol se volvían incluso más claros, color miel. Tenía el ceño fruncido a causa de la luz, y sus labios se curvaban en una media sonrisa, que acentuaba sus pómulos y destacaba la belleza de su mirada. No lo había visto en la vida, por ello, cuando lo vio, lo primero que hizo Alice fue pensar que se había perdido de la montaña y estaba en otro pueblo. Pero inmediatamente rectificó, ya que sabía perfectamente que Stain era el único pueblo que había en 10 km a la redonda, y por mucho que hubiese estado cuatro horas fuera, no podía haber andado tanto. Aún sin poder dejar de mirarlo, se percató de que llegaban más chicos. Todos iban con la misma equipación, por lo que debían de ser compañeros del equipo. Sin embargo, se dio cuenta de que uno de ellos la miraba, y se acercaba a Rob para decirle algo al oído. Inmediatamente después, Alice salió disparada hacia la panadería, totalmente colorada, y no precisamente del sol esa vez. Mientras esperaba a que le atendieran, escuchó como se aproximaban. "Seguramente serán un par de ellos que tendrán que llevar el pan a casa también." Pensó Alice en un intento de calmarse a sí misma. Nunca se le habían dado demasiado bien los comienzos al conocer a alguien, y mucho menos si ese alguien era del sexo opuesto. Por ello se centró en el mostrador, e intentó mostrar curiosidad por los pasteles que había allí expuestos. Entonces, escuchó abrirse la puerta, y sin poder evitarlo, se giró para ver quién había entrado. "Me he girado para ver quién era, que puede ser cualquier persona, no me he girado para ver si entraba él". Pero allí estaba él, junto a dos amigos y con la pelota esta vez en la mano. Alice giró la mirada en cuanto lo vio, pero él se percató del movimiento, y sonrió levemente. Alice se acercó a la panadera:
- Una baguette, por favor. - dijo, intentando no parecer alterada.
La panadera le dió una barra ligeramente tostada y le cobró los 80 céntimos del pan. Entonces, cuando estaba dispuesta a girarse y salir a toda velocidad por la puerta, él se acercó y habló.
- Me podría dar a mí otra baguette. Ah, y un par de pastelillos de ahí - dijo señalando los que había estado mirando Alice.
Ella se giró, y se encontró con sus ojos. Él estaba sonriendo. De repente notó que estaba roja de vergüenza, y volvió a girarse para irse, cuando entonces, él la llamó.
- Eh, espera. ¿Te apetece uno de los dos pasteles que he comprado? Esque no creo que pueda con los dos, ahora que lo pienso.
Alice, todavía anonadada de la dirección que había tomado la situación, balbuceó:
- Eh, pues... esque tengo que comer ahora y sino no tendré hambre - intentó excusarse.
- Bah, por un pastel... como si no hubieses comido pocos en tu vida - le respondió, a la vez que se le escapaba una ligera risita.
Ella volvió a sonrojarse.
- Venga, que sino el que no comeré nada seré yo. - Y se acercó a la vez que sostenía el pastelillo en la mano. Entonces, en un momento de valentía, Alice lo cogió y murmuró:
- Gracias.
El chico pagó, y esperó a que comprasen sus amigos. Mientras, y antes de que ella se fuera, le preguntó:
- ¿Vienes mucho por aquí? Me refiero en verano. Esque llevo veraneando aquí toda mi vida y no te había visto nunca por el pueblo.
- Bueno, no vengo mucho. Me refiero a que aunque vengo aquí desde hace tres años no salgo mucho por el pueblo, solo doy alguna excursión de vez en cuando para practicar con la fotografía, ya sabes, naturaleza, esas cosas.
"Mierda, ahora pensará que soy una friki de esas que pasan el día en la oscuridad de su habitación y no salen más que para hacer cosas, desde luego, nada comunes". Pero a pesar de ello, él manenía su sonrisa, una sonrisa que, por cierto, era perfecta: blanca y de forma equilibrada.
- Bueno, si te gusta la fotografía, nada mejor que Stain para practicarla. Tiene los mejores paisajes de todo el norte de California.
Parecía broma que dijese eso, y no que le mirase como un bicho raro. Parecía ser que lo había juzgado mal antes de tiempo.
- Eh, mira, si no conoces a nadie, mi nombre es Rob. Vivo en el numero 23 de la calle principal. No tiene mucha pérdida. Esta tarde vamos a ir a bañarnos al río a la zona que hay justo después de la gran piedra, supongo que sabrás cuál es. A las 6. Pásate si quieres. Siempre hay agua para todos.
Alice se quedó muda. ¿Un amigo, así, de repente, que le invitaba a conocer a todo el mundo sin saber nada de ella, y que además era increiblemente guapo? Debía de ser na broma.
- Eh, bueno, tengo que hacer de canguro de mi hermano, pero si la cosa no se pone fea, me intentaré pasar.
- Bien, aunque sino puedes venir con él. ¿Cuántos años tiene?
- Casi catorce.
- Bueno, creo que tendré unos manguitos apropiados para él, pero si no ya nos ocuparemos de vigilarlo entre todos. Ahora me tengo que ir a comer, que después del entrenamiento tengo un hambre voraz. ¿Te veo entonces a las 6?
- Eh, sí, espero que sí.
- Bien, entonces hasta las 6. - dijo él, y salió de la panadería con sus amigos, dejando a Alice con el pan en una mano, el pastel en la otra, una cara de incredulidad de la que le costó recuperarse unos cuantos segundos. Después, salió ella del establecimiento y tomó la cuesta hacia su casa, no sin antes girarse un instante para ver como calle abajo, se dirigía también a su casa su sorpresa del verano.

sábado, 18 de octubre de 2008

Eterno vacío.

¿Qué se supone que fue?
¿Qué es lo que pude guardar?
¿Cuántas falsas esperanzas
pudiste llegarme a dar?

¿Cuánto tiempo te esperé?
¿Cuánto tuve que pasar?
¿Cuántas veces nos hablamos,
sonriendo sin pensar?

Nunca podré saber si hubo algo de verdad.
Nunca regalaré ni una sonrisa más.
Caminando hacia delante siempre sin volverse atrás...

Volveremos a pasar sin mirar.
Cada uno ha tomado el camino.
Yo intentando no vover a llorar,
tú y la indiferencia de amigos.
Escaparemos a cualquier lugar
que nos sepa curar este frío.
Porque ahora nada más me duele, que este eterno vacío.

¿Cuánto me pude creer
de todo lo que habías dicho?
Yo nunca llegué a dudar,
me sentía bien contigo.

Y me dejé engatusar
por tus muestras de cariño.
A la hora de la verdad,
tú te quedas escondido.

Nunca podré saber si hubo algo de verdad.
Nunca regalaré ni una sonrisa más.
Caminando hacia delante siempre sin volverse atrás...

Volveremos a pasar sin mirar.
Cada uno ha tomado el camino.
Yo intentando no vover a llorar,
tú y la indiferencia de amigos.
Escaparemos a cualquier lugar
que nos sepa curar este frío.
Porque ahora nada más me duele, que este eterno vacío.

Donde quiera que estés. Donde te haya llevado la vida.
Con el tiempo aprenderás, lo que le hiciste a la mía.

Volveremos a pasar sin mirar.
Cada uno ha tomado el camino.
Yo intentando no vover a llorar,
tú y la indiferencia de amigos.
Escaparemos a cualquier lugar
que nos sepa curar este frío.
Porque ahora nada más me duele, que este eterno vacío.
Este eterno vacío.
Este eterno vacío.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Adiós.

Sí. Era lo único que habría necesitado oir para no haberse quedado llorando toda la noche abrazada a la almohada, con los ojos llenos de lágrimas. Sí. Esa muestra de confianza que le habría dado la fuerza suficiente para salir adelante, para olvidarlo todo y lanzarse a algo quizás poco seguro, pero algo realmente inmenso. . Dos letras, dos simples letras que habrían significado tanto... tanto que habrían hecho cambiar el rumbo de su vida, quizás para siempre. Sí. Solo sí. Pero sin embargo, en lugar de eso, no oyó nada. Solo el ruido de las olas romper contra las ya desgastadas rocas del embarcadero, justo debajo de su balcón, rompían el silencio, ese silencio que le provocaba una angustia irreprimible, incapaz de esconderse bajo ninguna máscara ni ningún edredón en una noche oscura y fría. No existía en ese momento ninguna de todas esas cosas: era una calurosa noche de verano, iluminada por la luna llena y las luces procedentes de la playa, y por supuesto, no había ningún edredón sobre esas ligeras sábanas de lino, ni ninguna máscara que no fuesen las que trajeron como recuerdo de su viaje a Venecia hace tan solo un par de años. Tan solo esa angustia era real, tan real, que le llegaba a estremecer. ¿Cómo había podido llegar a pasar? ¿Cómo la persona en la que más confiaba en el mundo le había podido fallar así, dándole la espalda en la decisión más importante de su vida?
Gabi decidió salir al balcón, aunque fuese solo para no permanecer entre esas sábanas, en esa cama, en esa habitación en la que ya no volvería a estar.
Nada había salido como ella pensaba que saldría. Por mucho que le diera vueltas, por mucho que le buscase una explicación razonable a todo ello, le era imposible. Parecía tan perfecto... Quizás por eso, por ser demasiado perfecto, terminó acabando mal. No, no era posible. Seguro que tenía que haber algo más, pero, ¿cómo saber qué?
Se sentó en la silla junto a la barandilla del pequeño balcón, y posó su vista sobre el mar. Su mar. Ese mar que tanto le había enseñado y del que tanto había aprendido... Donde descubrió cosas que, a lo largo de su vida, ni imaginó poder sentir. Era su mar, el mar de los dos. No pudo evitar pensar en todo lo que habían pasado juntos, todas las promesas que se habían hecho, todos los planes que habían pensado realizar. Ella había pensado mucho en todo ello durante todo ese verano, y se había dado cuenta de que nada de lo anterior en su vida había sido verdad hasta entonces. Todo había sido una simple fachada que ocultaba lo más bello de la vida, las sensaciones, la aventura, el peligro, e incluso el amor. Ella habría estado dispuesta a dejarlo todo por él. Dejar sus estudios en Madrid, su cómoda vida, esas fiestas llenas de gente totalmente artificial, su familia, su vida. Habría dejado todo sin dudarlo, si hubiese podido irse con él. Daba igual dónde. Daba igual cuánto tiempo. Daba igual todo, siempre y cuando estuviesen juntos. Solo le necesitaba a él para ser feliz, nada más. Solo él, le daba la vida.
Pensando en todo ello, en toda esa felicidad perdida, no pudo evitar llorar. Llorar por todo lo que había perdido y nunca recuperaría. Llorar por darse cuenta de que, quizás todo lo que creyó vivir fue una mentira que le hizo volar. Y sobre todo llorar al darse cuenta de que nunca podría querer a nadie como quería a Nico. Se sintió como una estúpida allí, sola, de madrugada llorando con un simple camisón por vestido en el pequeño balcón de su habitación, estudiando por última vez los detalles, el paisaje de aquel lugar al que no volvería jamás.
Intentó por un momento pensar que ella era más fuerte que todo ello. Nunca había necesitado a nadie que hiciera las cosas por ella, y siempre se las había apañado sola en su vida, sin novios, sin padres y buscando ella misma sus verdaderos amigos. No había necesitado de nadie. Pero ahora, no iba a poder reprimir echar de menos a alguien que cada vez que le viese le preguntase de corazón, "¿qué tal estás Gabi?, ¿cómo ha ido el día?", solo para saber que ella estaba bien de verdad. Fue entonces cuando supo que, quizás esa fuerza que siempre le había acompañado, le había abandonado sin darle tiempo a defenderse.
Cerró fuertemente los ojos, intentando no seguir llorando, intentando no pensar en la persona que le había dejado de lado en el momento que más la necesitaba. Puede que nunca supiese porque lo hizo. Puede que fuese por miedo, por inseguridad, por obligación, o simplemente porque no la quería lo suficiente. Nunca lo sabría seguro, ya que nunca volvería a verlo.
Hacía frío. Decidió entrar dentro, y refugiarse de nuevo en esas sábanas, intentando buscar el calor que le permitiese dormir y olvidar, aunque fuese por poco tiempo, todo lo que no iba a volver a tener.
Mañana sería otro día. Mañana dejaría Italia para siempre y vovlería a casa, a su vida, con su gente y su mundo. Cerraría ese capítulo de su vida. O por lo menos intentaría dejar lo más cerrada posible la entrada a ese recuerdo, que por mucho que intentase olvidar, la perseguiría por el resto de su vida.

martes, 14 de octubre de 2008

Mar.

Allí abrazados, sobre la antigua casa del pescador medio derruída, y con la luna iluminando el mar, el viento mecía suavemente el pelo de Gabi. Estaba preciosa, como siempre. Una sudadera tres tallas grande propia de las frescas noches de verano en Positano le cubría casi toda el cuerpo y unos pantalones cortos blancos dejaban ver sus piernas con la piel erizada por el frío de la noche. Al verla así, tan frágil y bella y tan fuerte a la vez, a Marco se le encogía el corazón. En dos semanas ella volvería de nuevo a España, dejándolo a él allí en su pequeño pueblo italiano. Ella seguiría con su vida, llena de fiestas, universidades, risas y ambientes propios de una señorita de ciudad con su nivel. Y mientras, él seguiría con su vida de siempre; su trabajo de siempre, sus interminables estudios de siempre, sus problemas de siempre, su mierda de siempre. Al verla allí, entre sus brazos, mirando al mar con la vista de sus preciosos ojos verdes perdida entre las olas, no podía evitar sentir miedo de perderla, de que ella olvidase ese verano de ensueño y nunca volviese a pensar en él.Él la besó suavemente en el cuello, a la vez que una lágrima traidora resbalaba por su mejilla hasta llegar a parar a la espalda de ella. Ella se giró, lo había notado.
-¿Qué te pasa?
-Nada tranquila, cosas sin importancia.- Dijo Marco a la vez que le apartaba su suave pelo de la frente. -Estás realmente guapa hoy, aunque eso no sea nada nuevo.
Gabi sonrió ruborizándose a la vez, con esa sonrisa que le provocaba siempre a Marco unas ganas irrefrenables de rozar sus labios.
-Siempre me dices lo mismo para hacer que me sonroje. - Esta vez fue Gabi la que fue hacia los labios de Marco, buscando el contacto con él. Sin embargo, notó que él no estaba todo lo receptivo que solía estar, y más cuando era ella la que llevaba la iniciativa.
-Sin embargo no es eso lo que te pasa. - Dijo Gabi mirándole a los ojos. - Algo te preocupa. Y no digas que no porque te conozco ya lo suficiente como para saber cuando estás bien y cuando no.
-En serio te lo digo Gabi, no te preocupes, no es nada. - Sin embargo, cuando fue a besarla, ella le rechazó poniendo las manos sobre su pecho y obligándole a mirarle a los ojos.
-Marco, te quiero. Te lo he dicho millones de veces y lo sabes que es verdad. Te quiero y confío en tí más que en ninguna otra persona en el mundo. Pero me gustaría que tú pudieras confíar en mí de la misma manera.
¿Cómo decírselo? ¿Cómo decirle todo lo que sentía, que la amaba hasta límites inimaginables, y que lo único que temía era el día de su regreso? ¿Cómo podía decirselo mirándole a los ojos sin que le saltasen las lágrimas? Sin darle tiempo a hablar, Gabi le abrazó. Sin embargo no era un abrazo con pasión, de esos que solían darse después de besarse. Era un abrazo que escondía algo más. Un abrazo que transmitía mucho más que el más largo de los besos, más que todas las palabras juntas que pudiera decirle, más que todas las cartas de amor que pudieran escribirse. Era su abrazo, ese abrazo que sacaba a la luz todo lo que sentía por él y no encontraba forma de expresar sin dar lugar a confusiones. Era su amor, reflejado en un simple gesto.Cuando Gabi levantó la cara, Marco comprobó que era ella la que lloraba, al ver la manga de su camiseta ligeramente mojada, y sus ojos verdes brillando intensamente.
-Ojalá el verano no acabase nunca. Ojalá no existiesen padres que me obligasen a volver, ni estudios que acabar. Ojalá el tiepo se detuviese y me dejase aquí contigo, alejados de todo el mundo, solos tú y yo. - Marco le cogió de la mano, y se la llevó a los labios besándola suavemente.
-Quiero que por muy lejos que podamos llegar a estar, por muchas cosas que nos puedan llegar a pasar, nunca dejarás de sonreir, ¿me oyes? Nunca. Nunca dejes de ser feliz ni por un momento en tu vida, por mucho que las cosas se pongan mal. Porque puedes estar segura, de que siempre existe algo que vale la pena.
-¿Tú crees? - Preguntó Gabi, cogiendo con más fuerza su mano.
- Por supuesto. - Contestó Marco, sonriendo. - Mi vida nunca ha sido perfecta, ni lo será. Pero puedes estar segura que nunca voy a dejar de ser feliz, ahora que he podido estar contigo.
- Marco, ¿tú crees que existe un lugar donde podamos estar juntos los dos, lejos de padres, problemas o cualquier otro impedimento?
- Claro Gabi, - susurró Marco junto a su oído, mirando hacia el mar que se perdía por el horizonte eterno de la noche. - siempre existe un lugar al que poder acudir si se sabe ir, donde todo es perfecto.
-¿Me llevarías, Marco?
- Por supuesto, se encuentra donde acaba el mar. Yo te llevaré siempre que quieras, mientras vayas volando de mi mano.